Los personajes tienen vida propia, según quien eche mano para llamarlos a escena, a capítulo o a tomo, o a la o las cesiones cinematográficas. Así, los personajes cambian y evolucionan a voluntad de terceros. El Robin Hood de Errol Flinn poco tiene que ver con el de Kevin Costner o el de Rusell Crow, y el Fantomas de los cómics difiere de la serie actual. Y ni qué decir del Batman panzón de los sesenta, o de las versiones cada vez más escalofriantes del Guazón. Todo personaje aparece según el cristal del autor de la nueva versión: los cambian impunemente, y a veces ya son irreconocibles.