«Los distintos resultados que arroja Inegi sobre la pobreza en México son HECHOS, con mayúsculas. No ‘hechos’, con minúsculas; como el ridículo programa de TV Azteca que desde hace décadas es una vergüenza para nuestro oficio; no ‘hechos’, con minúsculas, como los que inventaron las élites para frenar a López Obrador porque lo odiaban y lo odian: desde el ‘es un peligro para México’ hasta el rosario de estupideces medianas y pequeñas: que se iba a reelegir, que la torre chueca del AIFA, que la deriva autoritaria…».
Recuerdo cuando Felipe Calderón lanzó la guerra; recuerdo los meses que le siguieron. En cierta manera se justifica que cuestionemos el papel de los periodistas más encumbrados en aquellos días aciagos; el enamoramiento de muchos con Genaro García Luna, su satisfacción con las prácticas de aquél Gobierno. Pero no sólo fueron los periodistas más visibles; pocas veces se ha volteado a ver hacia otro nivel, el de en medio, el de editores y directivos que igualmente abrazaban y se dejaban abrazar por el aparato de prensa de aquél régimen de ultraderecha.
Quizás se arrastraron hasta ahí porque el odio hacia Andrés Manuel López Obrador era mucho. O quizás, y hasta cierto punto se vale, porque eran iguales a Calderón o se sentían representados en él. Y siempre pensaron como él. El conservadurismo en México está más extendido de lo que algunos aceptan.
Y lo recuerdo mientras razono la cobertura que se le dio a las cifras de la pobreza dadas a conocer la semana pasada. Fueron 13.4 millones de mexicanos que dejaron de ser pobres con López Obrador. Dos millones abandonaron la pobreza extrema en su sexenio. Pero la cobertura de la prensa fue francamente grotesca. No dejo de pensar en los editores de los diarios, y en los comentadores de radio y televisión. Le mintieron deliberadamente a sus audiencias con afirmaciones como que las “limosnas” salvaron a millones de su miseria. Como si esa gente que dejó de ser pobre y sus antepasados no trabajaran; como si no hubieran entregado el pellejo en el campo o en las fábricas; como si la solidaridad estuviera mal; como si el reparto de la renta nacional fuera un error porque piensan que el Estado está para rendirle tributos a las grandes compañías y no tiene por qué voltear a ver a los desvalidos.
Me pregunto en qué escuela se arma a este tipo de individuo que piensa que el reparto justo del dinero de todos es una amenaza a sus estilos de vida. En cuáles universidades se educan periodistas que están siempre con los ojos puestos hacia arriba, en la entrepierna del patrón.
Cuando Felipe Calderón se robó la Presidencia, lo recuerdo bien, generaciones completas de periodistas daban vueltas en un faro como las palomillas en el verano. Eran realmente muchos. Max Cortázar era una especie de príncipe entre ellos. Príncipe falso con dinero ajeno, porque apenas se vino abajo el sexenio y el PAN brincó a la tercera posición nacional, tuvieron que irse al exilio. El señor Cortázar, en particular, al terminar el Gobierno de ultraderecha de Calderón se fue a Puebla a trabajar a otro muy parecido: el de un opresor, un sinvergüenza: Rafael Moreno Valle. Y muchos de los periodistas que militaron en el calderonismo encontraron con agrado que Enrique Peña Nieto era igual. Se abrazaron a él, hasta que el hedor de ese Gobierno corrupto fue tan poderoso que tuvieron que dar un paso atrás.
Los datos de pobreza son históricos. Cada dato es histórico. Pero como se trata de López Obrador, el que les quitó las plumas del nido, ningún dato es importante para la mayoría de los periodistas y medios mexicanos. Tampoco son datos históricos. Están acostumbrados a decir qué es lo histórico, no va a venir alguien de un pueblo anegado a decirles qué es histórico. El poder mediático es el que dice qué es éxito, qué significa que 13.4 millones hayan dejado la pobreza. Ellos dicen qué es un logro y, para empezar, quiénes son candidatos a alcanzar ese logro. No iba a ser AMLO candidato a hacer historia. No iba a ser ese naquito de Macuspana. Nunca le iban a reconocer un solo logro a alguien que no les llena la mesa de viandas, como lo hacían todos los presidentes antes que él. El que les llamó corruptos por corruptos, podridos por podridos no iba a hacer historia. Así lo digan las estadísticas. Así quede para los libros de texto.
Para ellos, manipuladores y desvergonzados, con tantos premios colgados en el pecho, “el macuspano” no iba a hacer historia.
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Algunos de los hallazgos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) a partir de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH). Recuerde que esta información está disponible cada dos años.
–De 61.8 millones de mexicanos pobres por ingresos que había en 2018, pasamos a 46 millones en 2024. Son 15.8 millones de personas pobres por ingreso rescatadas en un sexenio.
–En 2006 había 46.5 millones de mexicanos pobres. El número de pobres aumentó 15.3 millones con Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. “México fue una auténtica fábrica de pobres en esos 12 años”, dice el economista Gerardo Esquivel.
–En tan sólo un sexenio, agrega el exsubgobernador del Banco de México, “se ha logrado revertir en términos absolutos el aumento en la pobreza que se generó durante los dos gobiernos anteriores. En términos relativos, evidentemente, hubo incluso una reducción de la tasa de pobreza en México entre 2006 y 2024, ya que la población total es ahora mayor que antes. Por ello, la tasa de pobreza por ingresos pasó de 42.9 por ciento en 2006 a 49.9 por ciento en 2018, y de allí bajó a 35.4 por ciento en 2024”.
–La pobreza multidimensional fue a la que peor le fue con López Obrador. Y es un decir eso de “a la que peor le fue” porque la disminución fue histórica. Entre 2018 y 2024, los mexicanos con pobreza multidimensional pasaron de ser 51.9 millones a 38.5 millones. Esto es 13.4 millones de personas que fueron rescatadas de la pobreza a pesar de la pandemia y de la terrible crisis económica que sobrevino, la peor en un siglo.
Un dato que no es menor, que destaca Esquivel en un texto publicado este domingo en El País, es que “hay algunos analistas que, en forma insidiosa, han tratado de arrojar dudas sobre estos resultados [en pobreza multidimensional], sugiriendo que esto pudiera deberse a cambios en preguntas específicas [del Inegi] sobre el acceso al agua en los hogares o sobre el acceso a los servicios de salud. Esto es una mentira flagrante”. Y yo agregaría: no sólo son los algunos analistas, es todo el club de los mezquinos: casi toda la prensa, casi todos los articulistas, casi todos los intelectuales y casi todos los académicos.
Los distintos resultados que arroja Inegi sobre la pobreza en México son HECHOS, con mayúsculas. No “hechos”, con minúsculas; como el ridículo programa de TV Azteca que desde hace décadas es una vergüenza para nuestro oficio; no “hechos”, con minúsculas, como los que inventaron las élites para frenar a López Obrador porque lo odiaban y lo odian: desde el “es un peligro para México” hasta el rosario de estupideces medianas y pequeñas: que se iba a reelegir, que la torre chueca del AIFA, que la deriva autoritaria…
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Me acuerdo cómo se veía el calderonismo en el poder. Era poder, arrogancia y sumisión. Muchos panistas comentaban en esos días, con mucha precaución, las parrandas en Los Pinos y los manotazos de Felipe Calderón sobre el escritorio. El Presidente espurio tenía un enorme menosprecio por la prensa y le molestaba la crítica tanto que sus operadores llamaban directamente a los dueños de los medios para reclamarles un comentario, un texto, un reportaje. Cuando ya se iba, escribí una columna que titulé: “Haiga sido como haiga fue”. No gustó en la Residencia Oficial. Yo escribía en El Universal. No me dieron los detalles pero me pidieron escribir un texto de despedida e irme de las páginas de Opinión. Me fui a Cultura, a escribir de otras cosas.
Ahora pienso en los que no eran Joaquín López Dóriga, Ciro Gómez Leyva, Carlos Loret de Mola, Alatorre (me dio flojera buscar su nombre) y otros, arriba, encantados con el calderonismo. Y pienso en un segundo nivel, con menos acceso a los privilegios del poder pero igual de enamorados con él que los anteriores. Luego vino Peña Nieto y también le aceptaron las condiciones que les impuso. No importa. Allí estuvieron, encantados con el Gobierno corrupto, con los gobiernos corruptos que desviaron el dinero para combatir el hambre, que convirtieron en un fiasco todos y cada uno de los programas sociales que lanzaron.
Y luego vino López Obrador y la mayoría se tiró al suelo. Colegas que gritaron, junto con Mario di Constanzo, Lorenzo Córdova, Lilly Téllez, Enrique Krauze, Beatriz Pagés y Héctor Aguilar Camín, que era inminente una dictadura y que estaban perdiendo sus libertades. Y gritaban que AMLO estaba destruyendo el país, que venía la debacle. Y como no vino una crisis económica y tampoco se reeligió, entonces dijeron que iba hasta Badiraguato acompañado de reporteros, policías, militares, secretarios de Estado y autoridades locales a recibir maletas de dinero. En un descuido de todos esos a los que llevaba, y como si no se hubieran inventado las transferencias electrónicas (pregúntenle a Genaro García Luna), el Presidente de México se escondía entre un Jeep del Ejército y una Suburban blindada a contar fajos de billetes dentro de maletines. Ridículos. Le dieron cabida a esas versiones.
Ah, pero los recuerdo en tiempos de Calderón. Se abrazaban de Max Cortázar. Iban a sus fiestas y lo invitaban a las suyas. Veían a López Obrador en resistencia y les daba entre pena y repulsión. Y le daban vuelo a quien quisiera atacarlo: si el “macuspano” estaba en el plantón de Reforma, entrevistaban al mismo mesero menso que decía que había perdido todas las propinas; si protestaba contra el Pacto por México, alababan a los “prohombres que resolvían las cosas de la Patria” en acuerdos a los que no acudían los desalmados, como AMLO.
Recuerdo cómo esos muchos periodistas, los de mero arriba y los del siguiente escalafón, se pasaron todo el sexenio advirtiendo el fin de la democracia y conspirando con consejeros electorales, magistrados, ministros, intelectuales, académicos y políticos cómo ponerle un freno a López, maldito López. Ah, pero no fuera Calderón porque entonces olía a rosas y a dólares todo el tiempo.
Y vienen los datos de cómo durante el sexenio de AMLO salieron de la pobreza más mexicanos que los que habitan Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara juntos y, claro, publican un carajo. No le dan importancia. Una sola persona que dejara la pobreza debería alegrarnos el corazón pero no, el corazón de ellos no.
Importantes eran para ellos, pues sí, los gobiernos de Vicente Fox, Calderón y Peña y antes que ellos, los gobiernos de Zedillo, Salinas, López Portillo, Echeverría, Díaz Ordaz. Aquellos eran presidentes, no fregaderas. No como López, el de los zapatos gastados, el de Macuspana, el que dice “vistes”, “juistes” o “señor Trún”.