“Vemos normal que Sheinbaum juste a la baja el déficit fiscal después de un cierre poderoso en obra pública y en gasto; y debe verse normal que haga ajustes a la estrategia de seguridad. Es más: prepárense para un ajuste en migración porque Donald Trump y sus ultras vienen duros contra México. Y todas estas son decisiones que López Obrador no tomó y que Claudia asume porque son propias. A nadie le extrañe –y debe verse muy normal– que la Presidenta ajuste el Gabinete antes de 2027 y busque nuevos liderazgos”.

Claudia Sheinbaum está entendiendo a cabalidad, en estos días, que cuando se sentó en la silla presidencial por primera vez para sus fotos inaugurales, con la Banda cruzada al pecho y en un vestido blanco de motivos indígenas, disfrutaba de apenas un momento simbólico porque la Presidencia está llena ésos simbolismos que dan cuerpo y sobriedad al cargo. Aunque esos actos no dan necesariamente la autoridad.

La autoridad se explora (y detona) en el ejercicio diario, con los días y los años. Así se trate de la Máxima Magistratura en un sistema, como el mexicano, presidencialista.

Claudia ocupa dos de las tres definiciones de autoridad de Max Weber: es una autoridad racional-legal en tanto que llegó al poder por decisión mayoritaria de los mexicanos, pero también es autoridad carismática porque ella y Andrés Manuel López Obrador logran convencer a otras personas y conformaron y alimentan un movimiento social. Pero aún con el respaldo de estas dos formas de alcanzar y ejercer el poder (la tercera, dice Weber, es la autoridad tradicional), la nueva Presidenta debe ratificar a diario que está en control.

En algún momento de este año, Sheinbaum nos contó –a Álvaro Delgado y a un servidor– que estaba consciente de que querrían retarla, medir su determinación. Ya se habrá enterado que esos serán actos constantes. Que no van a cesar. Ejemplo: cualquiera puede adivinar –por sus deseos ingobernables de poder– que los Ricardo Monreal intentarán una y otra vez vulnerar las fronteras que se les han puesto; lo mismo harán los Adán Augusto López. Los menciono a ellos dos porque son de los más obvios. En cambio, no veo a Rosa Icela Rodríguez o a Omar García Harfush brincándose las trancas por un deseo de mayor poder, y vaya que los dos ejercen el poder real.

A la Presidenta le bastó un gesto para que Monreal se disculpara por usar helicópteros prestados (quién sabe a cambio de qué) al estilo de los priistas y panistas (al final, él se acerca mucho al prototipo del prianista) y en algún punto López Hernández le bajará a sus ánimos si quiere ser parte del diamante, como se dice en el béisbol, y no condenarse al dugout.

En cambio hay otras fuerzas que retan a la Presidenta al descubierto y en la clandestinidad, aprovechado zonas grises hasta donde ella no llega (todavía). Son fuerzas con enormes intereses, que reclaman rentas de los ciudadanos y llevan tiempo en resistencia; fuerzas que dan golpes y se retiran, que son ilegales (como el narco), políticas (como la Embajada de Washington, algunos gobernadores o la líder opositora Norma Piña) o fuerzas reguladas (como Claudio X. González, la Coparmex, los núcleos intelectuales y mediáticos) aunque atacan desde la periferia y recurren a tácticas de guerrilla, o en ciertos momentos (las elecciones), se convierten en un ejército regular.

Un denominador de estas fuerzas que retan al poder Presidencial de manera constante es que tienen rutinas. Otra vez Monreal como ejemplo, y se entiende que como él son muchos: apenas se aproximen las elecciones, se transformará en ese tipo predecible, “hombre triste”, “profesor universitario que siempre ha luchado contra la adversidad”. Todos saben que lo que quiere son cargos para él y para su familia y, si le alcanza, para algunos de sus impresentables del tipo Alejandro Rojas Díaz Durán, Pedro Haces o Sandra Cuevas, que vienen de su escuela y que estarán “en la izquierda” si les dan premios y si no se los dan le escupirán la mano a quien se las extienda.

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Vemos normal que Sheinbaum juste a la baja el déficit fiscal después de un cierre poderoso en obra pública y en gasto; y debe verse normal que haga ajustes a la estrategia de seguridad, que apriete y que ofrezca acabar con la impunidad. Es más: prepárense para un ajuste en migración; deberá apretar más y contener más porque Donald Trump y sus ultras vienen duros contra México. Y todas estas son decisiones que López Obrador no tomó y que Claudia asume porque son propias.

De la misma manera, dadas las presiones que recibe de distintos grupos y personajes dentro y fuera de su movimiento, a nadie le extrañe –y debe verse muy normal– que la Presidenta ajuste el Gabinete antes de 2027 y busque nuevos liderazgos para el Congreso e incluso regionales; que haga a un lado a los que quieren viajar en helicóptero en pleno gobierno de la austeridad o a los que se quemen haciendo amarres inconfesables con lacras del tipo (cualquiera de los dos) Yunes. Piénselo y verá que si bien Marcelo Ebrard y Gerardo Fernández Noroña son dos políticos eficientes incluso podrían moverse a otros perfiles por disposición de la Presidenta; otros espacios donde se les requiera para un siguiente tramo de la administración.

Y eso no significa que López Obrador esté haciendo llamadas al Senado, a la Cámara de Diputados o a la Presidencia; y tampoco significa que Claudia planee romper con el fundador del movimiento, como muchos sueñan. Ella mantiene, por lo que entiendo, distancia prudente y suficiente acercamiento con AMLO porque ambos se tienen respeto y se apoyan. Separarse “para moverse más al centro”, como algunos articulistas dijeron en semanas pasadas, es una tontería del tamaño de una montaña. Insistir en eso es no entender a la Presidenta y seguir menospreciándola. Adentro y afuera de su movimiento; en la derecha (se entiende) e incluso en la izquierda (donde no se justifica).

En 2027 habrá elecciones federales intermedias y ella se someterá a la consulta sobre revocación de mandato. Antes de esos procesos ella necesitará hacer ajustes fuertes, importantes, no porque exista posibilidad de que la derecha se levante (el McPRIAN es un muerto es vida) sino porque debe prepararse para el segundo tramo de su mandato. Para entonces, creo yo, habrán vencido los acuerdos que se hicieron con López Obrador en 2017-2018 para garantizar la unidad en la izquierda. Si Monreal, Ebrard, Noroña y Adán Augusto se quedan para un siguiente tramo es porque hicieron su tarea y punto. Y yo creo también que quien no respete al movimiento no conservará las posiciones que actualmente ocupa.

La Presidencia está llena de simbolismos que dan cuerpo y sobriedad al cargo, pero la autoridad se gana con determinación, sincronía y oportunidad. Los que quieran ver una ruptura entre AMLO y Claudia, y los digo con responsabilidad, creo que se van a quedar esperando. Y los que se sientan sueltos porque ya no están los controles que ejercía el expresidente, más vale que no suelten su palmera porque el peor huracán no es el más poderoso, sino el que agarra por sorpresa.

Hay muchos a los que les gusta insistir en que López Obrador no se ha retirado. En el absurdo, unos incluso afirman que Claudia Sheinbaum no ocupa el departamento de Palacio Nacional porque el expresidente sigue allí; otros dicen que intenta contener a la Presidenta y que Andrés Manuel López Beltrán fue enviado a Morena “como contrapeso”. También escuché que llama seguido a excolaboradores cercanos para checar “cómo va Claudia” o la última: que fue él quien operó para que se quedara Rosario Piedra en la CNDH. Francamente me parece menosprecio y misoginia; actitudes de un pedazo de sociedad envejecido que no supera desayunarse con Sarmiento y Dresser y que sigue enganchado a los libros de Martín Moreno y piensa que Carlos Marín es chistoso y escribe pocamadre.

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