«En el nuevo régimen la oposición de ultraderecha no encuentran la solución política que es autocriticarse, refundarse, y acudir a las elecciones. Quieren otra cosa: una invasión del ejército estadounidense, como también en estos días aseguró la cadena de televisión gringa NBC, una desestabilización por medio de la violencia extrema, que los jóvenes de una inexistente generación Z les sirvan como carne de cañón. Ojalá esté equivocado».
Esta es la historia de tres sombreros. El primero apareció en la convocatoria a una marcha de una supuesta Generación Z en la que se autodefine con una vaguedad: “No somos de izquierda ni de derecha, somos la generación que se cansó de agachar la cabeza”. El segundo sombrero es el del asesinado Alcalde Carlos Manzo, de Uruapan, Michoacán, que bautizó a su programa para recibir quejas ciudadanas como “Nochecitas del Sombrero”. Y el tercero es el que se puso Ricardo Salinas Pliego para repetir sus negativas a pagar impuestos. Los tres sombreros están ligados. Esta columna trata de pensar qué pudo suceder para que los tres terminaran en el remolino de una marcha, un homicidio, y un evasor de impuestos.
Empecemos por la organización política llamada Generación Z. Esta organización expidió una convocatoria contra Claudia Sheinbaum sin ninguna demanda clara, sólo generalidades, diciendo “Estamos hartos de la misma historia, del mismo abuso y de la misma corrupción. Hartos de la misma mierda que lleva décadas repitiéndose con nombres distintos y los mismos resultados”. Tal parece que quien redactó este manifiesto no ve una ruptura histórica ocurrida en 2018 y la consolidación de un nuevo régimen en 2024. No puede ver resultados distintos por el cambio en la política económica que sacó de la pobreza a 13.5 millones de mexicanos en tan sólo seis años. No puede ver el cambio radical en las condiciones de vida de los jóvenes, quienes para el PRIAN eran “ninis”, que ni estudian ni trabajan comparado con los Programas de Becas de Educación Básica para el Bienestar Benito Juárez, la Beca Universal para Estudiantes de Educación Media Superior Benito Juárez y el programa Jóvenes escribiendo el futuro, es decir, una inversión en los jóvenes de 67 mil millones de pesos para primaria, secundaria, y educación superior. La construcción de 209 universidades en los gobiernos de Andrés Manuel y Claudia tampoco parece importarle a quien redactó aquello de que es “la misma mierda”. Tampoco le parece importante la vinculación de los 3.2 millones de jóvenes con los empleos a través de Construyendo el Futuro que tuvo un porcentaje de contratación, es decir, que pasaron de ser ayudantes a ser empleados, del 70 por ciento. No le parece relevante tampoco que sea un programa que llegó a dos mil 468 municipios, es decir, que sólo no llegó en 10. Esto que es un cambio muy serio en la forma en que el Estado mexicano invierte en sus jóvenes, no parece serlo para esta organización. El manifiesto de Gen Z que presume no “tener ideología” es interesante precisamente por la ideología que le subyace: si dices que todo es lo mismo y te declaras harto, estás obviando el cambio de régimen, el cambio de política económica, y sobre todo los programas sociales no condicionados como las becas para estudiar y conseguir empleo. ¿Qué jóvenes podrían escribir algo tan superficial? Alguien que no considera la realidad, sólo la ideología. Alguien que no utiliza ni conoce sus derechos sociales no condicionados. Alguien que usa la idea de “generación”, es decir, un año de nacimiento, para encubrir que tiene una situación de privilegios contra la mayoría de los jóvenes en este país.
Por supuesto que no deja de resultar curioso que esta organización política utilice un símbolo del anime como One Piece en la figura de la calavera con sombrero de paja, que es la de un grupo de piratas animados. Es como se quisiera emular a otros movimientos que han usado la misma imagen como en Nepal en semanas recientes. Pero las realidades de Nepal y de México no podrían ser más distantes, a pesar de que vean los mismos dibujos de manga. Hay que saber qué pasó en Nepal. Es un país que los Estados Unidos ve como una contención a China. Es un país que tenía una monarquía de 240 años de existencia que masacró durante 10 años a una guerrilla maoísta que se le oponía y al Frente Unido Popular, su forma de organización rural. La mayoría de los jóvenes de Nepal tuvo que emigrar a Arabia Saudita o Catar para conseguir empleos. Desde 1996, EU, Europa, y la India ayudaron a sostener la monarquía absoluta en Nepal hasta 2007, no obstante que en 2001 el propio príncipe heredero asesinó al resto de la familia real, se suicidó, y posibilitó la llegada de su hermano al trono, el único que quedó vivo. Seis años después de esta crisis de la monarquía, Nepal se convirtió en una República con un acuerdo de paz y la incorporación de la guerrilla al ejército bajo una nueva Constitución. El 4 de septiembre de este año el Primer Ministro de Nepal mandó cancelar varias redes sociales. Esto motivó las protestas de quienes se vieron como Generación Z, no porque extrañaran mucho el Facebook o el Instagram sino porque de los pocos jóvenes con empleo, estos dependen de su trabajo en línea. Las protestas fueron orientadas hacia la violencia y se incendiaron las casas del Primer Ministro y el Presidente, el Parlamento, y la sede del Partido Comunista. La esposa del exprimer ministro fue asesinada. Los manifestantes abrieron entonces todas las cárceles y los presos se incorporaron a la violencia generalizada. La estación del teleférico fue incendiada. Después de todo esto, la violencia de la Generación Z empezó a pedir la restauración de la monarquía. Luego, insólitamente, se usó una red para gamers, Discord, para elegir una Primera Ministra interina hasta que se de la elección en marzo del año entrante. El ejército aceptó una designación por redes sociales como si fuera una elección legal. La estrambótica historia de Nepal no tiene nada que ver con la de México, pero sospecho que usar la idea de la Generación Z contiene un deseo de emular la violencia generalizada y la designación digital de las autoridades. Ya se ven los mexicanos de Twitter decidiendo que nos presida Lilly Téllez o Simón Levy. Ya se ven los influencers accediendo a puestos que antes eran de elección popular. Ya se ve Ricardo Salinas Pliego decidiendo sus amparos por sondeos en Twitter. El hecho de que en Nepal esos jóvenes acabaran pidiendo el regreso de la monarquía que fue brutal en sus 240 años, habla de una desinformación profunda de la nueva generación, sus rasgos manipulables por actores sociales del viejo régimen, y una despolitización que aflige.
Sobre este primer sombrero, el de la Generación Z, hay algo más que apuntar. La idea de las generaciones, es decir, de gente definida por su fecha de nacimiento, es un elemento de despolitización bastante útil en crisis políticas porque trata de borrar que ese mismo grupo de edad contiene clases sociales. ¿Qué tiene que ver un jóven que se queja en Facebook de su propio aburrimiento con uno en Veracruz que cobra su beca y, de pronto, tiene un reconocimiento familiar y social por trabajar y estudiar. En el caso de Nepal, lo de la generación quizás pegó porque efectivamente los jóvenes dependían para trabajar de las redes y estaban en contacto con los millones obligados a emigrar a Asia Central por una guerra de una década. Pero, de todos modos, la despolitización que permitió la violencia extrema y los llamados a restaurar a un rey, no los justifica nada.
Ahora bien: la clasificación de las generaciones que se usan para definir a la generación Z es un invento de dos señores de Yale, Niel Howe y William Strauss. Según su “teoría” hay varios tipos de personas que se van sucediendo en la historia impulsados por quién sabe qué motor. Es una teoría muy divertida pero no es real. Según esto, habría generaciones individualistas o colectivistas nomás por pura sucesión de modas, sin importar el modelo económico y la ideología dominante. Habría nómadas y espirituales. Habría, en fin, generaciones de profetas, por ejemplo. Si la historia es un guión de Netflix, voy de acuerdo, pero acá hay actores políticos, sistemas de dominación, ideologías y prácticas políticas que no son espontáneas como las generaciones de Howe y Strauss. Pero son de Yale, como Zedillo. Así, ellos son los que le pusieron nombre a la Generación X o Z. Es decir, muy libres los jóvenes de protestar pero están asumiendo una etiqueta que les propinaron dos señores en Yale en un libro publicado en 1991. Quisiera ver si los mexicanos que se reivindican como actores políticos en términos de la generación Z están de acuerdo con sus creadores de Yale. Según estos señores la Generación Z es: “sobreprotegidos, conformistas, cautelosos, y centrados en la salud mental”. No sé si estén de acuerdo los jóvenes nacidos entre 1995 y 2012. De la mía, la X, nacidos entre 1965 y 1980, estos teóricos de la generación espontánea dicen: “pragmáticos y escépticos”. Nada más fuera de la realidad. No definida por una fecha de nacimiento como carta astral ni tampoco por consumo de las modas durante una época, sino por una serie de experiencias políticas, mi generación es la del CEU, la del fraude 1988, el desafuero, y las victorias de 2018 y 2024. Son experiencias, prácticas, y memorias que identifican políticamente a un grupo de personas. No nos definimos por la fecha de nacimiento: ni que la historia fuera un horóscopo.
Así llega volando el siguiente sombrero, el del asesinado Alcalde de Uruapan. Tras su asesinato, un grupo de manifestantes ingresaron al Palacio de Morelia, capital del estado y vandalizaron lo que pudieron, arrojando bombas molotov al interior, y rompiendo vidrios. Cuando se le filmó a uno de los encapuchados para subir su testimonio a redes sociales dijo: “Esto no es sólo por Carlos Manzo, sino por los impuestos”. Un día después se presentó la misma situación en Apatzingán. Por supuesto, estos actos de salvajismo se hacen para la cámara y su destino son las redes sociales que los viralizarán como demostraciones de la debilidad de las autoridades. Es entonces que se empieza a hablar de Estado fallido y vienen los imperialistas de siempre, la ultraderecha de EU y España, a tratar de “ayudar”. De inmediato, el Embajador boina verde de los Estados Unidos, Christopher Landau, posteó en X su injerencismo: “Aquí vemos a Carlos con su pequeño hijo en brazos durante la celebración, momentos antes del ataque. Que su alma descanse en paz y que su memoria inspire acciones rápidas y efectivas”. La vocera de la ultraderecha en España, Cayetana Álvarez de Toledo, siguió todavía privada de dolor porque su rey no fue invitado a la toma de posesión de Claudia Sheinbaum: “Exige disculpas a España por los muertos de hace 500 años cuando debería ofrecerlas ella por los mexicanos que mueren hoy. Carlos Manzo, joven y valiente Alcalde de Uruapan, última víctima de la violencia que desangra México”. Nunca vimos a la Embajada de Estados Unidos o los voceros de Franco en España protestar por los asesinatos de los 29 presidentes municipales mexicanos durante el sexenio del espurio, cuatro de ellos de Michoacán. No los vimos preocupados por cómo se sextuplicó la violencia de las ejecuciones en el gobierno del espurio Calderón y el de Peña Nieto: de dos mil 819 en 2007 a casi 17 mil en 2011. No los escuchamos decir nada cuando el 7 de septiembre de 2006 La Familia Michoacana tiró las cabezas de sus enemigos Los Zetas en una pista de baile de Uruapan llamada “Luz y Sombra”. Tampoco cuando alguien interesadamente metió a la población civil el 15 de septiembre de 2008 cuando echó granadas a la celebración de la Independencia en Morelia.
En el salvajismo en el Palacio de Morelia como en la toma de carreteras de los supuestos campesinos del maíz, se han identificado a prianistas: Mauricio Hernández Salmerón y Raúl Meza Avance, integrantes del grupo Revolución Social vinculado al PRI; el exmagistrado federal Froilán Muñoz; y Alan Juárez, actual Director de Preservación y Fomento al Arte Popular del Ayuntamiento de Morelia, afiliado al PAN. Algunos de ellos atacaron también las obras del teleférico cuya construcción el propio Alcalde asesinado, Carlos Mazón, había condicionado por mayor presupuesto a su municipio. Pero también el teleférico fue una de los blancos del ataque en Nepal. Pero me quedo con la declaración de una de los encapuchados: “Esto no es sólo por Carlos Manzo, sino por los impuestos”.
Y así llegamos a Ricardo Salinas Pliego. Un día después del asesinato del Alcalde de Uruapan, en el 75 aniversario de Elektra, el evasor dijo: “Uno de mis colaboradores me entregó un sombrero como homenaje a la lucha del Alcalde silenciado por Morena en Michoacán, Carlos Manzo, y en representación de millones de mexicanos que trabajan en el campo. A muchos no les sorprenderá, pero hoy por la mañana nos informaron que, en lugar de perseguir a los criminales que acabaron con la vida del Alcalde, los Gobiernicolas están persiguiendo a los ciudadanos que se manifestaron libremente un día después, en las calles y redes sociales”. ¿Qué tenía que ver el encapuchado del ataque en Morelia con Salinas Pliego? ¿Por qué habló de impuestos y se fue a incendiar una puerta?
Tal parece que una parte de la oposición piensa ya en actuar con violencia frente a un Estado que ha recuperado algo de los perdido en treinta años de destrucción y saqueos. En el nuevo régimen la oposición de ultraderecha no encuentran la solución política que es autocriticarse, refundarse, y acudir a las elecciones. Quieren otra cosa: una invasión del ejército estadounidense, como también en estos días aseguró la cadena de televisión gringa NBC, una desestabilización por medio de la violencia extrema, que los jóvenes de una inexistente generación Z les sirvan como carne de cañón. Ojalá esté equivocado.