Estados Unidos es lo que es, no es otra cosa. Tenemos que hablarlo y socializarlo. Porque siempre ha sido así, sólo que ahora es más descarado, abiertamente inmoral y, por si fuera poco, tiene el rostro desagradable de Trump. Que nadie sienta asombro por los días oscuros que vivimos. Nadie. Y hay que prepararse porque se puede poner peor.

Debemos dejar el asombro atrás. Debemos abandonar también la resignación. Debemos estar atentos, informarnos mejor, entender que las potencias son potencias porque explotan a los más débiles y así ha sido desde el inicio de lo que conocemos como “civilización”.

Y debemos abrazar al que vivió en el engaño. Y explicarle las cosas, para que no se vuelva a ilusionar.

Debemos entender que Estados Unidos nunca ha sido generoso o desinteresado. Que el “sueño norteamericano” es puro gancho para jalar adeptos a su estafa piramidal. Mentira pura. Cada migrante que prospera en ese país paga tres cuotas de admisión si es moreno, diez cuotas por aprender y cien cuotas más por lo que come y viste que cualquier migrante blanco. El sueño norteamericano es, en todo caso, hamburguesas los domingos porque los sábados se trabaja. Es someterse y no abrir la boca. Es aceptar a una sociedad racista y clasista: sociedad de castas donde arriba están los que siempre han estado y abajo convive la masa en jaulas de oro.

Debemos despertar, informarnos mejor. Que no nos caiga de sorpresa. Washington nos ha dicho por décadas que China es una amenaza, pero a la primera oportunidad amaga con invadir México, y con anexarse por la fuerza Canadá y Groenlandia. Washington nos ha dicho por décadas que los chinos son nuestro enemigo, pero los chinos no han invadido un sólo país en medio siglo mientras que Estados Unidos ha invadido tantas naciones con su ejército y ha provocado la caída de tantos gobiernos legítimos y ha pagado tantos mercenarios para desestabilizar a tantas naciones que ya es difícil contarlo.

Debemos entender que Cuba no es el ejemplo “del fracaso del socialismo”, sino la mariposa a la que le cortan las alas, le roban el alimento, le pasan un tractor encima para luego gritar: “¡miren, miren, miren cómo se revuelva el socialismo!”.

Y debemos entender que Estados Unidos no es protestante ni es católico y su religión es el dinero. Estados Unidos es Donald Trump, un miserable electo por turbas de miserables que quieren al más miserable de ellos en el poder. Estados Unidos es el séquito de güeras y güeros que adulan a Donald Trump, y que comen de lo que él le roba de las mesas a los más pobres. Estados Unidos es el acoso del ICE, la humillación de los trabajadores migrantes, el maltrato a los estadounidenses que son morenos o negros. Estados Unidos está en las botas de los marines y es cada bomba que lanza Israel sobre Gaza.

Y veo a Estados Unidos en el rostro de las madres palestinas que cargan los cuerpos de sus niños muertos. Veo a Estados Unidos en el llanto desgarrador de la adolescente mexicoamericana que ruega a los agentes que no se lleven a su madre. Veo a Estados Unidos en cada bofetada a un mexicano, y veo a Trump y veo a Biden, a Obama, al club de blancos-ancianos-decrépitos que despachan en el Capitolio. Veo al peor Estados Unidos en la arrogancia de Christopher Landau, que ordena cancelar una visa porque no le gusta lo que alguien opina, o lo veo en los agentes que te reciben en un aeropuerto o en un cruce fronterizo con una cara de mierda porque se sienten superiores a ti; porque tienen el poder de romperte el pasaporte en la cara; porque pueden meterte a la cárcel a la hora que quieran y atender tu caso en seis meses, si es que se le pega la gana, y casi siempre se les pega la gana porque no existe quién se los pueda impedir.

Debemos despertar, pasar del asombro a la acción; informarnos mejor para que nunca nos volvamos a ilusionar con que Estados Unidos es otra cosa que no es.

Estados Unidos es el vecino abusivo con el que hay que llevar la fiesta en paz; es el empleador que paga ligeramente mejor que otros a cambio de que no le hables de tú. Estados Unidos es el extorsionador que quiere, además de cuotas, que lo ames; es el expoliador que demanda a los pueblos saqueados que lo adoren y le hagan carnavales. Estados Unidos es el que esclavizó a los negros y cuando los negros se revelaron entonces esclavizó a los migrantes con el hambre, sin tener que darles latigazos. Estados Unidos es la vara con zanahoria; difunde discursos de fraternidad mientras en alguna parte suelta bombas; le pone babero a los dictadores y a los miserables les sirve platos de porquería.

Estados Unidos son las familias de Vietnam cocinadas con napalm; son los niños apaches y comanches y chiricahuas obligados a orar a un dios extraño y enterrados en fosas comunes de los patios traseros de los internados. Estados Unidos son los que perdieron la vida en alguna guerra porque les ofrecieron la ciudadanía gringa; son los niños que mueren en las minas para que sus empresas tengan oro, plata y hierro. Estados Unidos es el hipócrita Barack Obama, negro porque es negro pero de corazón blanco; es Banana Chiquita, McDonald’s, Coca-Cola y todas las empresas que envenenan esta tierra.

Estados Unidos es lo que es, no es otra cosa. Tenemos que hablarlo y socializarlo. Porque siempre ha sido así, sólo que ahora es más descarado, abiertamente inmoral y, por si fuera poco, tiene el rostro desagradable de Trump. Que nadie sienta asombro por los días oscuros que vivimos. Nadie. Y hay que prepararse porque se puede poner peor.

***

Y Estados Unidos es el jazz, el blues. Es el Flaco Jiménez, Martin Luther King, Steinbeck y Whitman; es Faulkner y Charly Parker, Nina Simone y Selena, Ella Fitzgerald y Cachao. Estados Unidos es César Chávez y los chicanos; es la resistencia mexicana en las cocinas de Chicago, Nueva York, Los Ángeles o Palo Alto. Estados Unidos son los moscogo, negros que huyeron de las plantaciones y se establecieron al norte de México con permiso de Benito Juárez. Estados Unidos son las familias mexicoamericanas que resistieron hasta el final el despojo blanco en Chávez Ravine.

Estados Unidos es tan nuestro como es de ellos y es, además, parte importante del verdadero sueño americano: que todos, de Alaska a la Tierra del Fuego, de las Antillas a Nebraska y del Amazonas a las montañas del pueblo rarámuri seamos uno, sin distingo, sin razas, sin clases, sin güeros que se sientan superiores y sin que los morenos tengan que mandar a sus hijos chiquitos por el pan, muertos por el miedo a ser arrestados, como pasa hoy en todo el suelo norteamericano.

Ay, Washington, tan blanco y tan viejo, tan racista y tan violento, que ha hecho todo para discriminarnos. Pero que Estados Unidos sepa, desde ahora, que siempre estará invitado al verdadero sueño americano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *